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oeste de Broadway; Bev, en cambio, iba a la escueladesde uno de <strong>eso</strong>s edificios baratos que había en elúltimo sector de Main Street. Había menos de doskilómetros entre un barrio y otro, pero hasta losniños como Ben sabían que en realidad estaban tandistantes como la Tierra de Plutón. Bastaba conmirar el jersey barato de Beverly Marsh, su faldademasiado holgada, probablemente salida dealguna caja del Ejérc<strong>it</strong>o de Salvación, y susmocasines raspados, para saber la verdaderadistancia entre ambos. Aun así, a Ben le gustabamás Beverly... mucho más. Sally y Greta llevabanropas bon<strong>it</strong>as y, probablemente, se hacían lapermanente o algo así cada mes; pero <strong>eso</strong>, en suopinión, no cambiaba los hechos básicos. Podíanhacerse la permanente todos los días; no por <strong>eso</strong>dejarían de ser un par de mocosas malcriadas.Beverly, en su opinión, era más simpática... ymucho más bon<strong>it</strong>a, aunque él no se habría atrevidoa decírselo ni en un millón de años. Sin embargo,en lo más crudo del invierno, cuando la luz del solparecía un tenue amarillo, como un gatoacurrucado en el sofá, mientras la señora Douglasdictaba sus matemáticas, leía preguntas sobre lalectura o hablaba de los yacimientos de cinc delParaguay; en <strong>eso</strong>s días en que las clases parecíaninterminables y no importaba que terminaran o noporque todo el mundo, fuera, era nieve medioderretida... En días como ésos Ben solía mirar aBeverly de soslayo. Probablemente se había285

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