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it-eso-stephen-king

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también lo asustó, aunque no supo exactamentepor qué; pasarían largos años antes de que locomprendiera, pero era lo frío de su cálculo, lacuidadosa y pragmática contabilización del costo,con sus insinuaciones de madurez, lo que leasustaba, más que el propio Henry. A Henry, consuerte, podría esquivarlo. La madurez, en queprobablemente pensaría de ese modo casi siempre,tarde o temprano acabaría por atraparlo.—¿Hay alguien hablando por allí atrás? –habíadicho la señora Douglas en ese momento–. Noquiero oír murmullos.El silencio reinó en los diez minutos siguientes;las jóvenes cabezas permanecían estudiosamenteinclinadas sobre las hojas que olían a tinta demimeógrafo. De pronto, el susurro de Henry flotóotra vez a través del pasillo, bajo, apenas audible,escalofriante en la tranquila seguridad de supromesa:—Date por muerto, gordo.3.Ben tomó su mochila y huyó, agradecido a losdioses encargados de amparar a los gordos de onceaños porque Henry Bowers, gracias al ordenalfabético, no había podido salir primero del aula,292

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