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it-eso-stephen-king

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y..."Aquellas manos de batracio atenazaron sucuello. Los gr<strong>it</strong>os ásperos de Eddie se ahogaron.Cuando el monstruo le hizo girar, los ganchos quebrotaban de sus dedos garabatearon marcassangrantes, como caligrafía, en su cuello. El chicomiró aquellos ojos blancos, relucientes. Sintió quelos dedos le apretaban el cuello como ceñidasbandas de algas vivas. Su vista, aumentada por elterror, reparó en la aleta, algo así como una crestade gallo en la cabeza encorvada del monstruo.Mientras las manos apretaban cortándole el aire,pudo ver que la luz de la farola tomaba un tonoverde ahumado al trasluz de esa membrana.—No... eres... de verdad –jadeó.Pero comprendió, vagamente, que aquelmonstruo era real. Después de todo, lo estabamatando.Sin embargo, algo de raciocinio perduró hastael mismo final. Mientras el monstruo le clavaba lasgarras en el cuello, mientras su arteria carótidacedía, en un chorro caliente e indoloro que manchólas escamas de reptil de aquella cosa, las manos deEddie tantearon el lomo de la bestia, buscando unhipotético cierre de cremallera, y sólo cayeroncuando el monstruo le arrancó la cabeza de loshombros, con un gruñido grave y satisfecho.En tanto la imagen que Eddie tenía de Esocomenzaba a desvanecerse, Eso se transformó449

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