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un par de veces y volvió a guardarlo.La conversación decayó. En una de las pausasse produjo un breve chasquido que desvió laatención de Eddie. Bill tenía algo en la mano y porun momento el paciente sintió que el corazón se leaceleraba, alarmado. Por ese breve instante pensóque se trataba de una navaja. Pero cuando Stanencendió la luz del cielo raso, dispersando lapenumbra, vio que sólo se trataba de un bolígrafo.bajo aquella luz, todos volvían a parecer naturales,reales, simplemente sus amigos.—Se me ocurrió que debíamos firmarte el y<strong>eso</strong>–dijo Bill."Pero no se trata de <strong>eso</strong> –pensó el chico depronto, con súb<strong>it</strong>a y alarmante claridad–. Es uncontrato, Gran Bill, ¿verdad? O lo más parecido aun contrato que haremos jamás." Sintió miedo... ydespués vergüenza y enfado contra sí mismo. Si sehubiese roto el brazo antes del verano, ¿quién lehabría firmado el y<strong>eso</strong>? ¿Quién, aparte de sumadre y, quizá, el doctor Handor? ¿Las tías dehaven?Ellos eran sus amigos y su madre seequivocaba: no eran malos amigos. "Tal vez–pensó– no existen los buenos y los malos amigos;tal vez sólo hay amigos, gente que nos apoyacuando sufrimos y que nos ayuda a no sentirnostan solos. Tal vez siempre vale la pena sentir miedopor ellos, y esperanzas, y vivir por ellos. Tal vez1389

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