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it-eso-stephen-king

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tintineaban contra la curva de la chimenea."Por favor, Dios mío –pensó Mike–. Por favor,por favor, Dios mío..."Entonces se le ocurrió que debía retroceder porel tubo. Había entrado por la base de la chimenea;lo lógico era que se estrechara hacia arriba. Podríaretroceder escuchando ese susurro que lo seguía; s<strong>it</strong>enía suerte, tal vez llegara a un punto donde el aveno pudiera seguir avanzando.Pero ¿y si el pájaro se atascaba?En ese caso, él y el pájaro morirían juntos allí.Morirían juntos y juntos se pudrirían. En laoscuridad.—¡Por favor, Dios mío! –vociferó, sin saber quehabía hablado en voz alta.Arrojó otro fragmento de azulejo y esa vez suimpulso fue más poderoso. Sintió, diría a los otrosmucho después, como si alguien estuviera detrásde él en ese momento y ese alguien hubiera dado asu brazo un gran impulso. Esa vez no se oyó elrebote entre las plumas, sino un ruidochapoteante, como el que podría hacer unapalmada en la superficie de gelatinasemisolidificada. El pájaro chilló pero no de furia,sino de auténtico dolor. El tenebroso tremolar desus alas llenó la chimenea; un aire maloliente pasójunto a Mike como un huracán ag<strong>it</strong>ándole la ropa.Entre toses y arcadas, retrocedió entre el polvo y elmusgo que se arremolinaban.480

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