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it-eso-stephen-king

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de hierbas. Delante, en las vías, una locomotoradiesel marchaba lentamente, dejaba apagar suruido y volvía a empezar.—¿Tienes miedo? –preguntó Richie.Bill, que llevaba a Silver por el manillar, ledirigió una breve mirada.—S–sí. ¿Y tú?—Por supuesto.Bill le contó que, la noche anterior, habíainterrogado a su padre sobre Neibolt Street. Alparecer, allí habían vivido muchos ferroviarioshasta el final de la Segunda Guerra Mundial:ingenieros, maquinistas, señaleros o peones. Lacalle había declinado junto con la estación. Amedida que Bill y Richie avanzaban, las casas seiban separando cada vez más y se tornaban mássucias, más pobres. Las últimas tres o cuatro, aambos lados, estaban vacías y cerradas con tablas,con los patios invadidos por la hierba. Un cartel de"se vende" se balanceaba d<strong>eso</strong>ladamente en unporche. A ojos de Richie, ese letrero parecía tenermil años. La acera se interrumpió. Ahoracaminaban por una senda apisonada, donde lashierbas crecían sin mucha convicción.Bill se detuvo y señaló.—A–a–ahí est–está.El 29 de Neibolt Street había sido, en otrostiempos, una pulcra vivienda roja al estilo de Cape638

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