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egresar a su casa. Luego se sentó en una rocaplana, calentada por el sol, con la barbilla, apoyadaen las manos, para ver agonizar al animal. Tardómucho en morir, pero a Henry le pareció tiempobien empleado. Al final, "Mr. Chips" tuvoconvulsiones; por entre los dientes le escurría unaespuma verde.—¿Te gusta, negro piojoso? –preguntó Henry.El perro, al oír su voz, levantó sus ojos moribundosy trató de menear la cola–. ¿Te ha gustado elalmuerzo perro de mierda?Una vez el perro estuvo muerto, Henry le qu<strong>it</strong>óla soga y volvió a su casa, a contar a su padre lo quehabía hecho. Por aquel entonces Oscar Bowersestaba rematadamente loco; un año después, suesposa lo abandonaría después de recibir unapaliza de muerte. Henry sentía por su padre elmismo miedo y a veces lo odiaba espantosamente,pero también lo amaba. Y esa tarde, después decontarle lo que había hecho, sintió que por finhabía hallado la clave para lograr el afecto de supadre, porque "Butch" le dio en la espalda unaspalmadas tan fuertes que el chico estuvo a puntode caer, lo llevó a la sala y le sirvió una cerveza. Erala primera vez que Henry tomaba cerveza y por elresto de su vida asociaría su sabor con emocionespos<strong>it</strong>ivas: victoria y amor.—Brindemos por un trabajo bien hecho –habíadicho el demente padre de Henry.1137

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