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dicho esas cosas a su hijo de quince años.—Bueno, no pasó mucho tiempo sin que sepresentara un representante del Consejo Municipalpidiendo hablar con el mayor Fuller. Dijo que setrataba de "algunos problemas entre los vecinos ylos soldados" y de "preocupaciones del electorado"y de "cuestiones de decencia pública", pero enrealidad lo que venía a decir estaba claro como elagua: no quería ver a los negros del ejérc<strong>it</strong>o en suspocilgas, molestando a las mujeres blancas ybebiendo alcohol ilegal en un bar donde sólopodían entrar blancos.Todo lo cual era ridículo, por cierto. La flor ynata de la femineidad blanca que tanto lopreocupaba era, en su mayoría, un montón deviejas callejeras; en cuanto a molestar a loshombres... Bueno, sólo puedo decir que nunca vi aun miembro del Concejo Municipal en el Dólar dePlata ni en el Cuerno de Pólvora. Los hombres queiban a beber en <strong>eso</strong>s antros eran leñadores,hombres con gruesas chaquetas de cuadros ymanos llenas de cicatrices; a algunos les faltaba unojo o varios dedos; y a casi todos la mayoría de ladentadura. Y todos olían a leña fresca, aserrín ysavia. Llevaban pantalones de franela verde y botasde goma; llenaban el suelo de nieve hasta dejarlonegro. Olían a lo grande, Mikey, y caminaban a logrande y hablaban a lo grande. Es que erangrandes. Una noche, en el Rincón de Wally, vi a unsujeto desgarrar la manga de su camisa, haciendo781

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