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su bandeja y pidió un par de cervezas. Sentía laspiernas como de goma.—¿El señor Hanscom está bien, Ricky Lee? –preguntó Annie.Estaba mirando por encima del hombro de supatrón, que se volvió para seguir la dirección de sumirada. Hanscom, inclinado sobre la barra, escogíaalgunas rodajas de limón tomándolas de la bandejadonde Ricky Lee tenía los ingredientes para darsabor a las bebidas.—No lo sé –dijo–. Me parece que no.—Bueno, deja de remolonear y haz algo. –Annie, como casi todas las mujeres, teníapredilección por Ben Hanscom.—Mi padre siempre decía que cuando unhombre está en sus cabales y pide...—Tu padre tenía menos cabeza que una ardilla–aseguró Annie–. Olvídate de lo que decía tupadre. Tienes que detenerlo, Ricky Lee. Se puedematar.Ricky Lee se acercó nuevamente a BenHanscom.—Señor Hanscom, me parece que ya ha tomadobast...Hanscom echó la cabeza hacia atrás. Exprimió.Esa vez aspiró el jugo de limón como si fueracocaína. Tragó el whisky como si fuera agua. Ymiró a Ricky Lee, solemnemente.133

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