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it-eso-stephen-king

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Beverly alzó la cabeza sacudiéndose el peloenmarañado. Aún estaba ruborizada, pero surostro era bellísimo.—No puedo remediarlo: soy una chica –dijo–.Tampoco puedo remediarlo si estoy creciendo porarriba. Y ahora, por favor, ¿alguien me deja sucamisa?—Cla–claro –dijo Bill. Se qu<strong>it</strong>ó la camisetablanca por la cabeza cubriendo el pecho angosto,las costillas visibles y los hombros quemados por elsol cubiertos de pecas–. T–t–t–toma.—Gracias, Bill.Por un cálido momento, los ojos de ambos seencontraron directamente. Bill no apartó la vista.Su mirada era firme, adulta.—D–d–de nada –dijo."Buena suerte, Gran Bill", pensó Ben. Y apartóla cara. Le hacía sufrir en un lugar tan profundoque ni un vampiro, ni un hombre–lobo podríanalcanzarlo. De cualquier modo, existía algollamado decoro. Si no conocía la palabra, tenía elconcepto muy claro. Mirarlos cuando estabanmirándose así habría sido tan incorrecto comomirar los pechos de Beverly cuando soltara losbordes de la blusa para ponerse la camiseta de Bill."Si así deben ser las cosas, de acuerdo. Pero nuncala amarás como yo. Nunca."La camiseta de Bill le llegaba casi hasta las1516

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