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se reunió con los otros.—¿Quién era? –preguntó Richie.—Un amigo. –Bill metió las manos en losbolsillos–. ¿Os acordáis del momento en quesalimos, la primera vez?Beverly asintió.—Eddie nos llevó a Los Barrens. Sólo que, dealgún modo, salimos por el otro lado delKenduskeag. Por el lado de Old Cape.—Tú y Ben levantasteis la tapa de una cloaca –dijo Richie a Bill–, porque erais los más fuertes.—Sí –dijo Ben–. Así fue. Aún había sol, peroestaba muy bajo.—Sí –confirmó Bill–. Y allí estábamos todos.—Pero nada es eterno –suspiró Richie, mirandohacia atrás, hacia la cuesta que acababan deascender–. Fijaos en esto, por ejemplo.Y les enseñó las palmas. Las diminutascicatrices habían desaparecido. Beverly lo im<strong>it</strong>ó.Ben hizo lo mismo. Bill agregó las suyas. Todasestaban sucias, pero sin marcas.—Nada es eterno –rep<strong>it</strong>ió Richie.Miró a Bill y éste vio que las lágrimasarrastraban lentamente la mugre de sus mejillas.—Salvo, quizá, el amor –apuntó Ben.—Y el deseo –agregó Beverly.1924

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