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cuero que, en otros tiempos, había sido uncinturón, se balanceó lentamente delante de él,como un péndulo. Sus ojos vacilaron, pero deinmediato se prendieron a la cara de Beverly.—Escúchame, Tom. Hay problemas en laciudad donde nací. Problemas muy graves. Enaquellos tiempos tuve un amigo. Supongo quepudimos haber sido novios, pero todavía noteníamos edad para <strong>eso</strong>. Él tenía sólo once años yera muy tartamudo. Ahora es novelista. Hasta creoque leíste uno de sus libros... ¿Los rápidos negros?Le estudiaba la cara, pero él no le dio pistas.Sólo ese péndulo del cinturón, que iba y venía, ibay venía. Permanecía de pie, con la cabeza gacha ylas gruesas piernas apartadas. Entonces ella semesó el pelo, inquieta, distraída, como si tuvieracosas muy importantes en que pensar y no hubieravisto el cinturón. Aquella pregunta horrible,acusadora, volvió a resurgir en la mente de Tom:"¿Estás aquí? ¿Seguro?"—Ese libro estuvo por aquí durante semanas yno lo relacioné. Tal vez debí hacerlo, pero todossomos mayores y hacía muchísimo tiempo que nisiquiera me acordaba de Derry. El caso es que Billtenía un hermano, se llamaba George. A George lomataron antes le que yo conociera a Bill. Loasesinaron. Y al verano siguiente...Pero Tom había escuchado ya demasiadaslocuras, desde dentro y desde fuera. Avanzó199

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