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it-eso-stephen-king

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formaban nubes zumbantes. En uno de losedificios sonaba el escalofriante gemir de losserruchos para hu<strong>eso</strong>. Los pies de la chicavacilaban en los adoquines. Golpeó con la caderaun recipiente galvanizado; un montón de tripas,envueltas en periódicos, asomó como un manojode grandes capullos carnívoros.—"Vuelve aquí, maldición, Bevvie, no empeoreslas cosas".Dos hombres descansaban en la puerta dedescarga de Kirsliner, masticando bocadillos conlas cajas del almuerzo abiertas y a mano.—Triste s<strong>it</strong>uación, chiquilla –dijo uno de ellos–.Me parece que vas a terminar con tu padre en laleñera.Los otros se echaron a reír.Él la estaba alcanzado. Ya se oían sus pasosr<strong>eso</strong>nantes y su pesada respiración. A la derecha, elala negra de su sombra voló sobre la empalizada.De pronto, con un chillido de furia y sorpresa,Al resbaló y cayó sordamente en el adoquinado. Selevantó un momento después. Ya no aullaba; nohacía sino balbucear, lleno de furia incoherente,mientras los hombres sentados ante la puerta reíany se palmeaban la espalda.El callejón torcía hacia la izquierda... y Beverlyse detuvo, deslizándose, boquiabierta de horror.Ante la boca del callejón había estacionado un1575

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