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it-eso-stephen-king

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ien (y Bill no tiene motivos para pensar que no),están volando a razón de veintisiete kilómetros porminuto. No está seguro de que le aproveche eldato.Más allá de la ventanilla, pequeña y gruesacomo las de las viejas cápsulas espacialesMercurio, se ve un cielo que no es azul sinopurpúreo crepuscular, aunque es mediodía. Allídonde se encuentran el mar y el cielo, el horizontetiene una ligera curva. "Aquí estoy –piensa Bill–,con un cóctel en la mano y el codo de un gordoclavado en mi bíceps, contemplando la curvaturade la Tierra."Sonríe un poco, pensando que, si un hombrepuede soportar algo así, no debería temer a nada.Pero tiene miedo y no sólo de volar a veintisietekilómetros por minuto en esa cabina estrecha yfrágil. Casi puede sentir que Derry se precip<strong>it</strong>ahacia él. Y ésa es la expresión correcta,exactamente. A pesar de los veintisiete kilómetrospor minuto, la sensación es de estarcompletamente inmóvil mientras Derry seprecip<strong>it</strong>a hacia él, como un gran carnívoro que hapermanecido a la espera por mucho tiempo y acabade abandonar su escondrijo. ¡Derry, ah, Derry! ¿Ysi escribimos una oda a derry? ¿Al hedor de susmoliendas y sus ríos? ¿Al digno silencio de suscalles arboladas? ¿A la biblioteca, la torre depós<strong>it</strong>o,el parque Bassey, la escuela primaria?371

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