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it-eso-stephen-king

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sufrió un breve encontronazo con el cemento. Volósangre.Henry giró de costado, como un paracaidista yen un segundo estuvo en pie. Tomó a Eddie por lanuca y la muñeca derecha. Su aliento, r<strong>eso</strong>nante enla nariz hinchada y cubierta de vendas, era cálido,húmedo.–¿Quieres piedras, "Tirapiedras"? ¡Claro, joder!–Dio un tirón a la muñeca de Eddie,retorciéndosela a la espalda, y el chico em<strong>it</strong>ió unchillido–. Piedras para el "Tirapiedras", sí. –Y leretorció la muñeca un poco más.Eddie aulló. Detrás de él estaban acercándoselos otros. También oyó que el niño del tricicloempezaba a llorar. "Ya somos dos, pequeño",pensó. Y a pesar del dolor, a pesar de las lágrimas yel miedo, rebuznó de risa.—¿Te resulta divertido? –preguntó Henry,súb<strong>it</strong>amente desconcertado–. ¿Esto te resultadivertido?¿Era posible que su voz revelara un matiz demiedo? Años más tarde, Eddie se diría que sí, queHenry había hablado como si estuviese asustado.Eddie intentó zafar la muñeca de entre lasmanos de Henry. Estaba húmeda de sudor yhubiese podido soltarse. Tal vez por <strong>eso</strong> Henry laretorció con más fuerza. Eddie oyó un crujido en subrazo, como el de una rama de invierno quecediese bajo el hielo acumulado. El dolor que nació1351

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