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it-eso-stephen-king

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En ese momento le embargó el primer terrorauténtico, y no tenía nada de sobrenatural. Erasólo la súb<strong>it</strong>a conciencia de que resultaba muy fácilacabar con la propia vida. Eso no daba tantomiedo. Simplemente, se acercaba el ventilador a loque se había recolectado durante años y se loencendía. Fácil. Era cuestión de quemarla oaventarla y luego lanzarse a la carretera.Detrás de los papeles, que eran sólo primossegundos del efectivo, estaba el efectivo de verdad.Cuatro mil dólares en billetes de a diez, veinte ycincuenta.Al cogerlo se preguntó si acaso había sabido loque estaba haciendo al poner allí el dinero:cincuenta un mes, ciento veinte el siguiente, a lomejor sólo diez el próximo. Dinero de viejoescondido en los agujeros de las ratas."Increíble, tío", se dijo, notando apenas supropia voz. Tenía los ojos perdidos en la playa quese veía por el ventanal. Estaba desierta, los chicosdel surfing se habían marchado; la parejasupuestamente de luna de miel, también."Pues sí, doctor, ahora lo recuerdo todo.¿Recuerda a Stanley Uris, por ejemplo? Puedeapostar su pellejo... ¿Recuerda cómo solíamosdecir <strong>eso</strong> creyendo que era el gran chiste? Losgamberros le llamaban Stanley Urina. ¡Eh, Urina!¡Eh, mald<strong>it</strong>o asesino de Cristo! ¿Adónde vas? ¿Aque uno de tus amigos maricones te la chupe?"116

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