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con la cabeza gacha y la vista fija en sus manossobre sus regordetes muslos–. Creo que era lamomia.—¿Como en las películas? –preguntó Eddie.—Sí, pero no igual –aclaró Ben–. En laspelículas se nota el truco. Da miedo, pero uno se dacuenta de que es todo montaje, ¿no? Todos <strong>eso</strong>svendajes están demasiado bien puestos. Pero estetipo... creo que así son las momias de verdad. Aexcepción del traje.—¿Q–q–qué t–tra–traje?Ben miró a Eddie:—Un traje plateado, con grandes botonesnaranja en la pechera.Eddie quedó boquiabierto. Luego dijo:—Si estás bromeando, dilo. Todavía... todavíasueño con ese baboso del porche.—No bromeo –aseguró Ben.Y comenzó a contar su historia. La contó conlent<strong>it</strong>ud, comenzando con su ofrecimientovoluntario para ayudar a la señora Douglas con loslibros y terminando con sus propias pesadillas.Hablaba despacio, sin mirar a los otros, como siestuviera avergonzado de su propia conducta. Nolevantó la cabeza hasta haber terminado.—Seguramente fue un sueño –dijo Richie. Vioque Ben hacía una mueca de dolor y se apresuró aagregar–: No te lo tomes a mal, Big Ben, pero542

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