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it-eso-stephen-king

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parecía a una serpiente muerta. Lo arrojó porsobre la barandilla con una mueca de asco y lo vioaterrizar en la alfombra del vestíbulo.Al pie de la escalera, cogió el ruedo de sucamisón de encaje blanco y se lo qu<strong>it</strong>ó por lacabeza. Estaba manchado de sangre y no queríatenerlo puesto un segundo más. Lo dejó caer a unlado. Desnuda, se agachó hacia la maleta. Suspezones estaban fríos y duros como balas.—¡Beverly, sube inmediatamente!Lanzó una exclamación y dio un respingo, perovolvió a inclinarse hacia la maleta. Si él estaba lobastante fuerte como para gr<strong>it</strong>ar así, ella teníamenos tiempo del que pensaba. Abrió la maleta ysacó una blusa, bragas y un viejo par de vaqueros.Se los puso precip<strong>it</strong>adamente, de pie junto a lapuerta, sin apartar la vista de la escalera. Pero Tomno apareció allá arriba. Aulló su nombre dos vecesmás. En cada ocasión el sonido la hizo retroceder,con los ojos acosados y los labios descubriendo losdientes en una mueca de angustia.Se abotonó la blusa a toda velocidad. Lefaltaban los dos botones de arriba (resultabairónico que cosiera tan poco para ella misma);probablemente parecería una prost<strong>it</strong>uta buscandoel último cliente de la noche. Pero no habíaremedio.—¡Te voy a matar, mala puta! ¡Mald<strong>it</strong>a zorra!Cerró de un golpe la maleta y le echó el cerrojo.210

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