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impulsaron hacia arriba para que pudiera ceñir laspiernas a la cintura de su amigo. Cuando Bill seintrodujo, torpemente, por la boca del cilindro,Ben notó que Eddie tenía los ojos cerrados.Sobre el ruido de la lluvia se oía otro: ramaspisoteadas y voces. Henry, Victor y Belch. La cargade la caballería más detestable del mundo.Bill aferró el tosco borde del cilindro y se dejócaer tanteando cada peldaño. Estabanresbaladizos. Eddie parecía querer estrangularlo.Resultaba una demostración bastante gráfica de loque debía de ser el asma.—Tengo miedo –susurró Eddie.—Yo–yo también.Soltó el borde de cemento y se sujetó delprimer peldaño. Aunque Eddie lo asfixiaba yparecía haber aumentado veinte kilos, se detuvo unmomento para mirar Los Barrens, el Kenduskeag,las veloces nubes. Una voz interior (sin miedo,firme) le indicaba que mirase bien por si jamásvolvía a ver el mundo de arriba.Miró. Luego inició el descenso con Eddieaferrado a su espalda.—No puedo más –balbuceó Eddie.—Ya f–f–falta poco.Uno de los pies de Bill tocó agua helada. Buscóel peldaño siguiente y lo encontró. Había otro más.Después terminaba la escalerilla. Quedó hundido1696

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