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la hizo ceder... o derrumbarse: la idea de que esebruto usara el borde del florero para destrozarle lacara.—Volvió a su ciudad –sollozó Kay–. A Derry. Esuna ciudad llamada Derry, en el estado de Maine.—¿En qué viajó?—En a–a–autobús hasta Milwaukee. Desde allítomaría un avión.—¡Mald<strong>it</strong>a zorra! –gr<strong>it</strong>ó Tom, incorporándose.Se paseó sin rumbo, pasándose las manos por elpelo, que se erizó en ridículos mechones–. ¡Coñode mierda!Tomó una delicada escultura de madera querepresentaba a un hombre y una mujer haciendo elamor; Kay la conservaba desde que tenía veintidósaños. La arrojó contra la chimenea, donde se hizoastillas. Por un momento se encontró con su propiaimagen en el espejo de la repisa. Se miró con losojos dilatados, como si estuviera ante un fantasma.Después volvió a lanzarse contra ella. Había sacadoalgo del bolsillo de su chaqueta. Estúpidamenteasombrada, ella vio que se trataba de una novela.La portada era negra, aparte las letras rojas quecomponían el título y una foto de varios jóvenes depie en un barranco, sobre un río. "Los rápidosnegros".—¿Quién es este bastardo?—¿Eh? ¿Quién?1079

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