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serenamente: de los miembros del Club de losPerdedores, los que habían abandonado Derryhabían dejado de ser perdedores. Mike, por haberpermanecido en la ciudad, se había quedado atrás.Metió a "Silver" en el garaje de Mike, que teníael suelo de tierra batida y estaba tan ordenadocomo la casa. Las herramientas colgaban de susrespectivos clavos; las luces, con pantallas cónicasde hojalata, se parecían a las que iluminan lasmesas de billar. Bill apoyó la bicicleta contra lapared y los dos la miraron por un rato sin decirnada, las manos en los bolsillos.—Es "Silver", sí –dijo Mike por fin–. Pensé quepodías haberte equivocado, pero no. ¿Qué vas ahacer con ella?—No lo sé. ¿Tienes un inflador de bicicletas?—Sí, y también un equipo para emparchar.¿Esas cubiertas son sin cámara?—Siempre lo fueron. –Bill se inclinó paraestudiar la cubierta rota–. Sí, sin cámara.—¿Quieres pedalear otra vez?—N–ni pensarlo –respondió Bill–. Pero no megusta verla así, inútil.—Como quieras, Gran Bill. Tú mandas.Bill giró bruscamente la cabeza, pero Mike sehabía acercado a la pared del garaje y estabasacando un inflador. De un armario cogió unacaj<strong>it</strong>a de lata que entregó a Bill. El escr<strong>it</strong>or la1048

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