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edificios que habían dado mucho que hablar), unagalería de arte en Redondo Beach o una galeríacomercial en Salt Lake C<strong>it</strong>y. Pero llegado el viernespor la noche, la puerta que daba al aparcamiento seabriría, entre las ocho y las nueve y media, paradarle paso, como si viviera apenas al otro lado de laciudad y hubiera decidido pasar por allí porque nohabía nada en la tele. Tenía avión propio y unaeródromo particular en su granja de Junkins.Dos años antes, había estado en Londresdiseñando y dirigiendo la construcción del nuevocentro de comunicaciones de la BBC, edificio queaún provocaba acaloradas discusiones en la prensabr<strong>it</strong>ánica. (The Guardian: "El más bello, quizá,entre los edificios construidos en Londres en losúltimos veinte años"; el Mirror: "Descontando lacara de mi suegra, lo más desagradable que hevisto en mi vida.") Cuando el señor Hanscomaceptó ese trabajo, Ricky Lee había pensado:"Bueno, algún día volveré a verlo. O tal vez seolvide completamente de nosotros." Y ciertamente,el viernes siguiente a su partida hacia Inglaterrahabía pasado sin noticias de él, aunque Ricky Leelevantaba involuntariamente la mirada cada vezque se abría la puerta, entre las ocho y las nueve ymedia. "Bueno, alguna vez volveré a verlo. Quizá."Alguna vez resultó a la noche siguiente. A las nuevey cuarto se abrió la puerta y Ben Hanscom entró,con sus vaqueros, una remera y sus viejas botas,como si viniera apenas desde el otro lado de la123

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