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it-eso-stephen-king

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que acababa de escapar. Se sentía asustada yterriblemente sola. "Peor aún –pensó–. Me sientomuerta." De pronto, su corazón se detuvo por dossegundos provocándole una tos sobresaltada. Tuvouna sensación de claustrofobia dentro de su propiocuerpo y se preguntó si ese terror no tenía, despuésde todo, una raíz estúpida y vulgarmente física; siestaría a punto de sufrir un ataque al corazón, o silo había tenido ya.Su corazón se sosegó, pero intranquilo.Audra encendió el velador y miró su reloj. Lastres y doce. Él estaría durmiendo, pero <strong>eso</strong> no leimportaba; ya no importaba sino oír su voz. Queríaterminar la noche con él. Si Bill estaba a su lado, sureloj físico se ajustaría al de él, y no habríapesadillas. Él vendía pesadillas a los otros (ésa erasu profesión), pero a ella no le había dado otra cosaque paz. Por fuera de esa nuez extraña, fría,incrustada en la imaginación de Bill, él parecíacreado y planeado para la paz. Tomó la guíaamarilla y buscó el número del Town House.—Hotel Town House.—Por favor, con la hab<strong>it</strong>ación del señorDenbrough. El señor William Denbrough.—Vaya. ¿Ese hombre nunca recibe llamadas dedía? –dijo el empleado.Antes de que ella pudiera preguntar qué queríadecir con <strong>eso</strong>, había hecho la conexión. El teléfonosonó una, dos, tres veces. Ella lo imaginó dormido,1716

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