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pánico, esperaba a que acabara la bendición paracorrer al vestíbulo y usar su inhalador."No debes ser tan tonto –se dijo, añosdespués–. Eso era sólo un cuento. Y la señoraPortleigh no era ninguna santa. Mamá dice que eradivorciada y que jugaba a la ruleta en Bangor.Mamá dice que los verdaderos cristianos noapuestan, que dejan <strong>eso</strong> para los paganos y loscatólicos."Todo era muy lógico, pero no le satisfacía. Elcuento del pan de la comunión que convirtió elagua del inodoro en sangre seguía preocupándolo;hasta perdía el sueño. Una noche se le ocurrió que,si había un modo de superar todo <strong>eso</strong>, era tomarun trozo de ese pan, arrojarlo al inodoro y ver quépasaba.Pero ese experimento estaba más allá de suvalor. Su mente racional no podía contra lasiniestra imagen de la sangre que esparcía su nubeacusadora y condenatoría en el agua. No podíacontra el encantamiento mágico: "Éste es micuerpo; toma y come; ésta es mi sangre, vertida porti y por muchos otros."No, nunca había hecho el experimento.—Creo que todas las religiones son extrañas –dijo, por fin."Pero poderosas –agregó su mente–, casimágicas." ¿O <strong>eso</strong> también era blasfemia? Pensó enlo que había visto en Neibolt Street; por primera1664

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