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pero no pudo impedirlo. Luego, con el mismoalivio que quizá experimenta el suicida al sacar lasmanos del volante, en el coche a toda velocidad,para cubrirse los ojos, lo aceptó. Mike los habíareunido allí. Mike les había explicado todoclaramente... y ahora cedía el liderazgo. Depos<strong>it</strong>abael mando de jefe en la persona que lo había llevadoen 1958.—¿Qué opinas tú, Gran Bill? Formula lapregunta.—Antes de hacerlo –dijo Bill–, quiero saber s<strong>it</strong>odos la "entendéis". Ibas a decir algo, Bev.Ella meneó la cabeza.—Muy bien. Creo que la pregunta es ésta: ¿nosquedamos a luchar o nos olvidamos de todo? Losque queráis quedaros, levantad la mano.Nadie se movió durante cinco segundos. Billrecordó ciertas subastas, en las que el precio dealgún artículo subía repentinamente a laestratosfera y quienes no querían ofrecer seconvertían en estatuas, temerosos de rascarse o deespantar una mosca por si el subastador tomaba elgesto por otros cinco o veinte mil.Pensó en Georgie. Georgie, que nunca le habíahecho mal a nadie, que sólo quería salir a jugar trashaber estado en cama toda la semana. Georgie, conlas mejillas enrojecidas, el barqu<strong>it</strong>o de papel enuna mano, abrochándose el impermeable con laotra. Georgie, que le daba las gracias y le besaba la900

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