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it-eso-stephen-king

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dijo–, sólo él, sólo, yo. Y usted, querida, si esprudente huirá, volverá corriendo a su casa,porque quedarse será peor que morir. En Derrynadie muere de verdad. Usted ya lo sabía; ahora loconfirma.Beverly, a cámara lenta, recogió sus piernas.Como desde fuera, se vio a si misma poniéndose depie y retrocediendo de la mesa y de la bruja, en untormento de horror e incredulidad. Por primeravez comprendía que esa pequeña mesa decomedor, tan pulcra, no era de roble oscuro sino decobertura de chocolate. Aun ante sus ojos, la bruja,siempre riendo, con los ojos amarillentos y viejosastutamente desviados hacia el rincón, partió untrozo y se lo puso ávidamente en la trampa negraque era su boca.Las tazas eran de barquillo blanco,cuidadosamente rodeado con cobertura teñida deazul. Los cuadros de Jesús y de John Kennedy erancreaciones de azúcar casi transparente. Mientrasella los observaba, Jesús le saco la lengua yKennedy le dedicó un guiño lascivo.—¡Te estamos esperando! –aulló la bruja. Susuñas se clavaron en la mesa trazando profundossurcos en la superficie de chocolate–. ¡Oh sí, sí!Las luces que pendían del techo eran glóbulosde caramelo. Bajó la mirada y vio que sus zapatosestaban dejando huellas en las tablas del suelo, queno eran tablas sino barras de chocolate. El olor a984

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