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it-eso-stephen-king

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Eddie, pero se hubiera dicho que no era voluntadde Dios que un niño, de doce años alcanzaratamaña corpulencia: si no hubiera muerto eseverano, habría llegado al metro noventa y cinco; talvez habría aprendido, mientras tanto, cómomaniobrar con ese cuerpo descomunal por unmundo de personas más pequeñas. Quizá habríaaprendido a moverse con desenvoltura. Pero a losdoce años era torpe y perverso; no llegaba a serretardado pero, casi lo parecía, por la falta degracia de sus movimientos. No tenía en absolutolos r<strong>it</strong>mos naturales de stanley; era como si sucuerpo no se hablara con su cerebro y existiera ensu propio cosmos de truenos lentos. Eddierecordaba la tarde en que una pelota baja, lenta ylarga había sido lanzada directamente hacia laposición de Belch, en el campo exterior. Belch noneces<strong>it</strong>aba siquiera moverse. Permaneció mirandohacia arriba, con el guante levantado en un gestocasi sin objetivo y la pelota, en vez de hundirse ensu guante, le pegó directamente en la coronilla,produciendo un sonido hueco. Fue como si lahubieran arrojado desde tres pisos de altura sobreel techo de un automóvil. Rebotó hasta alcanzarmás de un metro de altura y bajó limpiamente alguante de Belch. Un desdichado, de nombre OwenPhillips, festejó con una carcajada aquel sonidohueco. Belch se acercó para patearle el culo contanta fuerza, que el chico Phillips había corrido asu casa, aullando, con un agujero en los fondillos.955

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