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demasiadas alubias asadas. Ese efecto estaba muybien expresado en la breve estrofa que le habíaenseñado su padre cuando aún llevaba pantalonescortos: "¡oh, alubias y flatulencia! ¡Cuantas máscomes, más ruido metes!"Rena Davenport y su padre se entendían desdehacía casi ocho años. Ella era gorda, cuarentona ydesaseada. Henry imaginaba que algunas veces seacostaba con su padre, aunque no lograba hacerseuna idea de cómo alguien podía unir su cuerpo alde Rena Davenport.El orgullo de Rena eran sus alubias. Las dejabaen remojo durante la noche del sábado y lashorneaba a fuego lento durante todo el domingo. AHenry no le disgustaban (después de todo, eranalgo para llevarse a la boca y masticar), perodespués de ocho años cualquier cosa perdía suencanto.Y Rena no se conformaba con hacer sólo unpoco: preparaba alubias para alimentar a unregimiento. Los domingos al anochecer, cuandoaparecía con su DeSoto verde (tenía un bebé degoma, desnudo, colgado del retrovisor, como sifuera él linchado más joven del mundo), solía traerun cubo de hierro galvanizado en el asiento traserolleno de alubias humeantes. Esa noche comían lostres; Rena, siempre elogiando su propia mano parala cocina, mientras el chalado de Butch gruñía ymojaba el pan en el jugo o le ordenaba callarse si1409

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