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que, si Dios tiende una alfombra a personas comoél, es sólo para qu<strong>it</strong>ársela repentinamente de bajolos pies.La única sombra, dijo, era el extraño apego queAdrian sentía por Derry. Tenía una camiseta con laleyenda "Maine es bon<strong>it</strong>o. Derry es ¡genial!" Y unachaqueta del equipo los Tigres de Derry, delinst<strong>it</strong>uto local. Y el sombrero, por supuesto.Hagarty aseguraba que esa atmósfera le resultabav<strong>it</strong>al y vigorizantemente creativa. Tal vez habíaalgo de cierto en <strong>eso</strong>, pues Adrian había sacado lanovela, que languidecía en un baúl, por primeravez en casi un año.—Entonces, ¿era cierto que estaba trabajandoen ella? –preguntó Gardener a Hagarty; enrealidad no le importaba pero quería que siguierahablando.—Sí. Escribió página tras página. Tal vez fuerauna novela horrible, pero al menos no seríahorrible e inconclusa. Esperaba terminarla para elcumpleaños de Adrian, en octubre. Él no sabía, porsupuesto, cómo es Derry. Creía saberlo, pero nohabía vivido aquí el tiempo suficiente para verle laverdadera cara. Yo trataba de advertirle, pero él nome prestaba atención.—¿Y cuál es la verdadera cara de Derry, Don? –preguntó Reeves.—Se parece a una ramera muerta con el culo47

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