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que vio fue una valla blanca y naranja. La segunda,una mult<strong>it</strong>ud de hombres y mujeres que pululabanmás allá de la barrera. La tercera, la Gran TiendaFreese, que tenía un aspecto extrañamentecomprimido. Le llevó un momento darse cuenta deque casi la m<strong>it</strong>ad del edificio se había hundido enla calle y el canal que corría por abajo. La m<strong>it</strong>adsuperior se inclinaba hacia la calle y parecía apunto de caer como una pila de libros maldistribuidos.—¡Mirad! ¡Hay alguien en la calle!Una mujer estaba señalando hacia la grieta delpavimento por donde la cabeza de Bill habíaasomado.—¡Loado sea Dios! ¡Hay alguien más!Intentó adelantarse; era una anciana quellevaba un pañuelo atado a la cabeza, a la manerade las campesinas. Un policía la obligó a detenerse.—Allí es peligroso, señora Nelson, ya lo sabeusted. El resto de la calle podría hundirse encualquier momento."Señora Nelson –pensó Bill–. Te recuerdo,mujer. Tu hermana solía cuidarnos a George y amí, cuando mis padres salían." Levantó la manopara demostrarle que estaba bien. Como ella a suvez le devolvió el saludo, experimentó un súb<strong>it</strong>oarrebato de optimismo... y esperanza.Le volvió la espalda y se tendió contra el1917

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