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especialmente a aquellos encargados de disciplinara los niños, les gustaba Ben porque era cortés,suave al hablar, considerado, y a veces hastadivertido. Por esas mismas razones, la mayor partede los chicos lo tenía por un pelmazo–. ¿Ya te hasaburrido de las vacaciones?Ben sonrió. Era un chiste hab<strong>it</strong>ual de la señoraStarrett.—Todavía no –dijo–. Acaban de empezar. –Consultó su reloj–. Una hora y diecisiete minutos.Déme una hora más.La señora Starrett se echó a reír cubriéndose laboca para no hacer ruido. Preguntó a Ben si queríainscribirse en el programa de lectura de verano, yél dijo que sí. Le entregó un mapa de EstadosUnidos y Ben le dio las gracias.Se alejó hacia las estanterías, sacando un libroaquí y allá para echarle un vistazo antes de volver aguardarlo. Elegir un libro no era cosa de broma.Había que andar con cuidado. Los adultos podíansacar tantos como quisieran, pero los niños sólopodían llevar tres por vez. Si uno elegía unoaburrido, tenía que aguantárselo.Por fin eligió tres: Bravucón, El potro negro yuno que no conocía: Carretera peligrosa, su autorera un tal Henry Gregor Felsen.—Tal vez éste no te guste –comentó la señoraStarrett, al sellar el libro–. Es muy fuerte. Se lorecomiendo a los adolescentes, sobre todo a los que318

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