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it-eso-stephen-king

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metros son mala idea; yo no bajaría a ellos. Abajono. En los túneles no.Es una mala idea para tener en la cabeza; si nose deshace pronto de ella, neces<strong>it</strong>ará otra vez de suinhalador. Cabe agradecer que en el puente Tobinel tráns<strong>it</strong>o sea más denso. Pasa junto a unmonumento en construcción; a un lado, se lee unaadvertencia algo intranquilizante: ¡No corras! ¡Teesperamos!Allí un letrero verde indica: I–95 a Maine. Atoda Nueva Inglaterra. Le echa un vistazo y, depronto, un escalofrío lo sacude hasta los hu<strong>eso</strong>s.Sus manos se sueldan momentáneamente alvolante del Cadillac. Le gustaría creer que son losprimeros síntomas de alguna enfermedad, unvirus, tal vez una de las "fiebres interm<strong>it</strong>entes" desu madre, pero sabe que no es así. Es la ciudaderguida tras él, silenciosamente detenida en el filoque separa el día de la noche, y lo que ese cartel lepromete. Está enfermo, si, de <strong>eso</strong> no cabe duda,pero no se trata de un virus ni de una fiebreinterm<strong>it</strong>ente. Ha sido envenenado por sus propiosrecuerdos."Tengo miedo –piensa Eddie–. Era <strong>eso</strong> lo queestaba siempre en el fondo. El miedo. Eso era todo.Pero al final, creo que, de algún modo, loinvertimos. Lo usamos. ¿Cómo?"No lo recuerda. Se pregunta si alguno de losotros lo recordará. Por el bien de todos, espera que491

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