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it-eso-stephen-king

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Ag<strong>it</strong>ó su mano flaca por encima de las sábanas.—Tocaban con alma –sugerí, sonriente.—¡Eso! –exclamó él, devolviéndome lasonrisa–. ¡Lo has captado! Tocaban el dixielandcon alma. Y al poco la gente de la ciudad empezó aaparecer por nuestro club. Venían algunossoldados blancos de la base. El local llegó a llenarseincluso todos los fines de semana. Eso tampocoocurrió de la noche a la mañana. Al principio lascaras blancas parecían granos de sal en unpimentero, pero fueron acudiendo más y más conel correr del tiempo.Cuando aparecieron <strong>eso</strong>s blancos nosolvidamos de andar con prudencia. Ellos traían suspropias botellas en bolsas de papel; casi siempreeran bebidas blancas, pero de la mejor calidad, porcomparación, lo que se podía conseguir en laspocilgas de la ciudad era basura. Te estoy hablandode tragos de clubes elegantes, Mikey; cosa de ricos.Chivas Regal, Glenfiddich, ese tipo de champánque sirven a los pasajeros de primera clase en lostransatlánticos... Tendríamos que haber buscado elmodo de pasar aquello, pero no sabíamos cómo.¡Ellos eran de la ciudad! ¡Joder, eran blancos!Y como te digo, éramos jóvenes y estábamosorgullosos de nuestro club. No previmos que lascosas podían torcerse. Todos sabíamos que Muellery sus amigos estaban enterados de lo que pasaba,pero no nos dimos cuenta de que podían volverse790

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