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dije–, ¿por qué no te cuidas un poco?" Ella miróhacia abajo y dijo: "Si quieres repetir, cambiaré lasábana. Tengo dos en el armario. Sé muy bien enqué estoy acostada hasta las nueve o las diez, peropara medianoche tengo el coño tan entumecidoque no lo siento."Así era Derry en los primeros veinte años deeste siglo: todo progr<strong>eso</strong>, copas y cama. ElPenobscot y el Kenduskeag estaban llenos detroncos flotantes desde el deshielo de abril hastalas heladas de noviembre. El negocio empezó amermar en los años veinte, cuando la Gran Guerray las maderas duras dejaron de alimentarlo, y sedetuvo a tropezones durante la Depresión. Lospotentados de la madera invirtieron el dinero enlos bancos de Nueva York o de Boston que habíansobrevivido a la catástrofe y abandonaron laeconomía de Derry. Se retiraron a sus bellas casasde Broadway Oeste y enviaron a sus hijos a lasescuelas privadas de New Hampshire,Massachusetts y Nueva York. Y se dedicaron a vivirde los intereses y las vinculaciones políticas.Lo que resta de esa supremacía, setenta ytantos años después de que Egbert Thoroughgoodgastase su amor con una prost<strong>it</strong>uta por un dólar enuna cama de Baker Street, son bosques vacíos enlos condados de Penobscot y Aroostook y lasgrandes casas victorianas que ocupan dosmanzanas de Broadway Oeste... Y mi biblioteca,por supuesto. Sólo que esa buena gente de1527

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