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it-eso-stephen-king

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lado de la cara. Algo caliente le goteaba por lamejilla. Otras cosas le golpearon en la cadera, en elantebrazo, en el muslo: le estaban arrojando suspropios proyectiles.Se dejó colgar por un momento, sosteniéndosecon las manos y luego cayó, rodando dos vecessobre sí mismo. Allí, el suelo cubierto de pastosduros iba en pendiente; tal vez <strong>eso</strong> le salvó la vista,hasta la vida: Henry se había acercado otra vez a laalambrada y acababa de arrojar uno de sus cuatroM–80. Estalló con un terrorífico ¡"crrrack"!, quelevantó ecos e hizo volar una amplia porción depasto.Mike, con los oídos r<strong>eso</strong>nantes, dio unavoltereta y se levantó, tambaleándose. Ya estabaentre las hierbas altas, en el borde de Los Barrens.Se pasó una mano por la mejilla derecha y la retiróensangrentada. Eso no lo preocupo mucho; noesperaba salir indemne de esa aventura.Henry le arrojó un petardo, pero Mike loesquivó sin dificultad.—¡Vamos a atraparlo! –rugió Henry y empezó atrepar por la cerca.—Coño, Henry, no sé...Para Peter Gordon aquello había llegadodemasiado lejos; por primera vez se encontraba enuna s<strong>it</strong>uación que, de pronto, se había vueltosalvaje. Las cosas no tenían que ponersesangrientas, al menos para el bando propio,1183

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