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di un golpe terrible. Tuve suerte, porque no hubofracturas.—Caramba, lo lamento, señor Barr.—Ya pasará. Usted tráigame ese coche, amigo.Colgó y salió a la cálida y fragante noche deprimavera.El tío del LTD llegó diez minutos después. Eramuy joven. Cerraron trato. El chico le extendió unafactura que Tom guardó en el bolsillo de suchaqueta con gesto indiferente, mientras el chicoretiraba las placas de Maine.—Te doy otros tres dólares por esedestornillador –dijo Tom cuando la tarea estuvoterminada.El chico le miró con asombro, pero se encogióde hombros y le entregó la herramienta a cambiode los tres dólares. "No es asunto mío", decía elgesto. Y Tom pensó: "Cuánta razón tienes, amigo."Lo despidió y luego se sentó al volante del LTD.Era una porquería: la transmisión chirriaba,había ruidos por todas partes, la carroceríar<strong>eso</strong>naba y los frenos estaban flojos. No teníaimportancia. Tom entró en el aparcamiento yestacionó junto a un Subaru que parecía llevarbastante tiempo allí. Usó el destornillador delchico para retirar las placas del Subaru y ponerlasen el LTD, canturreando mientras trabajaba.A las diez de la noche iba hacia el este, por la1088

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