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it-eso-stephen-king

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Se arrastraron otra vez hacia el claro y allí sesentaron. Henry trató de separar sus calzoncillosde los testículos doloridos, pero le dolíandemasiado.—Pero, Henry, ¿qué...? –empezó Belch.—¡Chist!Belch guardó silencio. Henry tenía cigarrillos,pero no los ofreció. No quería que la putilla olierael tabaco, si estaba cerca. Habría podido explicarlo,pero no había necesidad. La voz sólo le había dichodos palabras que eran explicación suficiente. Losniñatos jugaban allí. Pronto llegarían los otros.¿Por qué conformarse sólo con la pequeña zorra sipodían coger a esas siete mierd<strong>it</strong>as secas?Esperaron y vigilaron. Victor y Belch parecíandormir con los ojos abiertos. La espera no fuelarga, pero Henry tuvo tiempo de pensar enmuchas cosas. Por ejemplo, cómo habíaencontrado la navaja esa mañana. No era la mismaque había utilizado al terminar las clases; ésa lahabía perdido. Y la nueva era mucho mejor.Llegó por correo.Más o menos.Henry se recordó de pie en el porche mirandoal destartalado buzón, tratando de comprender loque veía. Estaba rodeado de globos. Había dosatados al buzón donde el cartero solía dejar lospaquetes. Los otros estaban atados al poste. Rojos,1638

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