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it-eso-stephen-king

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Henry sonrió. Por un momento se le iluminó elrostro. Parecía casi hermoso.—Ya sé –dijo, como si hubiera descubierto unagran verdad–. ¡Ya sé, Tetas! ¡Voy a grabarte minombre en esa barriga grande que tienes!Victor y Belch volvieron a reír. Ben sintió unaespecie de loco alivio, pensando que todo era unabroma, un susto que los tres le habían dado. PeroHenry Bowers no reía. Ben comprendió, de pronto,que Victor y Belch reían porque ellos tambiénsentían alivio. Para ambos era obvio que Henry nopodía hablar en serio. Pero así era.La navaja se deslizó hacia arriba. En la pielpálida de Ben apareció una brillante línea roja.—¡Eh! –gr<strong>it</strong>ó Victor. Fue un sonido sofocado,sorprendido.—¡Sujetadlo! –rugió Henry–. ¡Sujetadlo,capullos!Ya no quedaba nada reflexivo en la cara deHenry. En <strong>eso</strong>s momentos era el rostro retorcidode un demonio.—¡Por Dios, Henry, no irás a cortarlo deverdad! –aulló Belch y su voz sonó aguda, casicomo la de una niña.A partir de ese momento las cosas seprecip<strong>it</strong>aron pero para Ben fueron muy lentas;todo ocurrió en una serie de instantáneas, como enlos ensayos fotográficos de la revista Life. Su336

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