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hasta en la nuca.—Por favor, ¿puedo levantarme? –preguntóMike.El comisario Borton volvió a reír. Hubo unmomento de pánico, durante el cual Mike temióque el comisario se lim<strong>it</strong>ara a balancear las llavesde los cepos delante de sus ojos, diciendo: "T<strong>eso</strong>ltaré, sí... cuando se cumplan las veinticuatrohoras."Mientras volvían a la casa, preguntó:—¿Para qué me has traído, papá?—Ya lo sabrás cuando seas grande –respondióWill –A ti no te gusta el comisario, ¿verdad?—No –contestó su padre con voz tan seca queMike no se abrevió a preguntar más.Pero a Mike le gustaban la mayoría de lugaresde Derry que su padre le hacía vis<strong>it</strong>ar. A los diezaños, Will había logrado ya transm<strong>it</strong>irle su propiointerés por los estratos de la historia de Derry. Aveces, mientras deslizaba los dedos por la rugosasuperficie donde se asentaba el baño de los pájaroso cuando se agachaba para inspeccionar las vías detranvías, entonces le asaltaba una profundasensación de tiempo: el tiempo como algo real,como algo que tenía un p<strong>eso</strong> invisible, así como laluz del sol, supuestamente, tenía p<strong>eso</strong> (algunos delos chicos, en la escuela, se habían reído al decirles<strong>eso</strong> a la señora Greengus, pero Mike se sentía466

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