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it-eso-stephen-king

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—¿Quieres limpiar los cristales de la sala,Bewie? –preguntó, volviendo a la cocina. Yallevaba puesto su uniforme de camarera–. Tengoque ir al San José, en Bangor, a vis<strong>it</strong>ar a CherylTarrent. Anoche se rompió una pierna.—Sí, yo me encargo –prometió Beverly–. ¿Quéle pasó a la señora Tarrent? ¿Se cayó?Cheryl Tarrent era una compañera de trabajode su madre.—Tuvo un accidente de coche con ese inútil conel que se ha casado –respondió la madre, ceñuda–.El marido había estado bebiendo. Debes dargracias a Dios todas las noches de que tu padre nobeba, Bewie.—Lo hago –respondió Beverly. Era cierto.—Creo que ella va a perder el empleo, y él nodura en ninguno.–Un tono de lúgubre horror sefiltró en la voz de Elfrida–. Tendrán que vivir delgobierno, supongo.Era lo peor que se le podía ocurrir a ElfridaMarsh. No se comparaba siquiera con perder unhijo o descubrir que una tenía cáncer. Se podía serpobre; una podía pasarse toda la vida rascando elfondo de la olla, como ella decía. Pero por debajode todo, aun por debaúo de las alcantarillas, estabael momento en que uno tuviera que vivir delgobierno y comer con el sudor de los otros comolimosna. Y ésa era la perspectiva a la que seenfrentaba Cheryl Tarrent.693

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