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it-eso-stephen-king

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—¡Eddie, no quiero oír una palabra más! –dijoella, tapándose los oídos con las manos–. Noestás... no estás normal y <strong>eso</strong> es todo.—Aunque sea algo que se puede comprar sinreceta, siempre le ponen instrucciones –prosiguióél, sin levantar la voz. Posó en ella sus ojos grises ySonia no pudo apartar la vista–. Hasta cuando setrata del jarabe para la tos... o de tu Ger<strong>it</strong>ol.Hizo una pausa. Sonia dejó caer las manos; erademasiado esfuerzo mantenerlas sobre las orejas.Parecían muy pesadas.—Y se me ocurre... que tú lo sabías, mamá.—¡Eddie! –Fue casi un gemido.—Porque –prosiguió él, como si ella no hubieseabierto la boca, concentrado en el problema, con elentrecejo fruncido–, porque vosotros, los padres,tenéis que saber de medicamentos. Utilizo eseinhalador cinco o seis veces al día. Y tú no meperm<strong>it</strong>irías utilizarlo tanto si pensaras que podría...hacerme daño. Porque tu misión es protegerme,como siempre dices. Entonces... ¿lo sabías, mamá?¿Sabías que era sólo agua?Ella no dijo nada. Le temblaban los labios.Sintió que toda su cara temblaba. Ya no lloraba. Sesentía demasiado asustada como para llorar.—Porque si lo sabías –prosiguió Eddie, siemprecon el entrecejo fruncido–, no me explico que mimadre quisiera hacerme creer que el agua era1379

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