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it-eso-stephen-king

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—Estoy seguro de que tienes razón –dice él.—¿Q–q–qué le p–pasó, Be–beverly? –preguntaBill.Ella vuelve a tragar saliva, tratando de lucharcontra el poder de pesadilla de lo que vio aquel día,en Los Barrens. Iba con sus patines atados ycolgados del cuello sintiendo todavía una punzadaen la rodilla que se había golpeado al caer en elpasaje Saint Crispin, otra de las cortas callesarboladas que terminaban, sin salida, allí donde latierra descendía –y desciendeabruptamente haciaLos Barrens. Recuerda (oh, qué claros y potentesson <strong>eso</strong>s recuerdos cuando vienen) que llevabapuestos unos pantalonc<strong>it</strong>os cortos, demasiadocortos, en realidad, porque apenas le cubrían lasbragas. En el último año transcurrido habíacobrado mayor conciencia de su cuerpo; en losúltimos seis meses, mejor dicho, a medida que suscurvas se acentuaban y se tornaban másfemeninas. Uno de los motivos de esa mayorconsciencia era el espejo, por supuesto, pero no elprincipal; el principal era que su padre parecía másáspero, en los últimos tiempos; tendía más aabofetearla, hasta a pegarle con el puño. Parecíainquieto, casi enjaulado, y ella se ponía cada vezmás nerviosa cuando lo tenía cerca. Era como sientre los dos provocasen, cierto olor, un olor queno existía cuando ella estaba sola en elapartamento, un olor que no había existido antes,antes de ese verano. Y cuando mamá no estaba1395

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