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it-eso-stephen-king

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Lo peor –y lo mejor– del viaje había quedadoatrás. Una vez más, había experimentado laposibilidad muy real de su propia muerte; una vezmás, se había encontrado capaz de afrontarla. Elautobús no lo había arrollado; sanos y salvosestaban él y las tres ancianas con sus bolsas decompras y sus cheques de la jubilación; tampoco sehabía estampado contra la trasera de la camioneta.Ahora iba otra vez colina arriba, perdiendovelocidad. Algo se perdía con ella –oh, bien podíallamarlo deseo, ¿no? Todos los recuerdos y lospensamientos estaban alcanzándolo–. Hola, Bill,vaya, te perdimos de vista por un rato, pero aquíestamos; reuniéndose con él, trepándole por lacamisa para saltarle al oído, precip<strong>it</strong>ándose alinterior de su cerebro como chiquillos por untobogán. Sintió que se acomodaban en sus s<strong>it</strong>ioshab<strong>it</strong>uales, empujándose mutuamente con suscuerpos febriles. ¡Vaya! ¡Qué bien! ¡Ya estamosotra vez en la cabeza de Bill! ¡Pensemos en George!Bueno, ¿quién empieza?"Piensas demasiado, Bill."No, ése no era el problema. El problema eraque imaginaba demasiado.Giró hacia un callejón y salió, pocos segundosdespués, en Center Street, pedaleando lentamente,sintiendo el sudor que le corría por la espalda.Desmontó de Silver frente a la farmacia Center yentró.394

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