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it-eso-stephen-king

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—Pero no es por George. No puedo explicar dequé se trata. Es... –Contempló la niebla matinalpor la ventana–. Me siento como el pájaro ha desentirse cuando llega el otoño y él sabe... sabe, dealgún modo, que debe volar a su terruño. Esinstinto, nena... Y creo que el instinto es elesqueleto que sostiene todas nuestras ideas sobreel libre albedrío. A menos que estés dispuesto adarte a las drogas, a tragarte el revólver o acaminar largamente por un muelle corto, nopuedes decir que no a algunas cosas. No puedesimpedir que pasen, así como no puedes estar en elcampo de béisbol con un bate en la mano y dejarque la pelota te golpee. Tengo que ir. Esapromesa... la tengo en la mente como un anz–z–z–zuelo.Ella se levantó para acercarse cuidadosamente,se sentía muy frágil, como si pudiera romperse. Lepuso una mano en el hombro para hacerlo girarhacia ella.Y dijo:—Entonces llévame contigo.La expresión de horror que se encendió en lacara de Bill (no porque ella le horrorizara, sinoporque se horrorizaba por ella) fue tan cruda queAudra retrocedió, realmente asustada por primeravez.—No –dijo él–. Ni lo pienses, Audra. Ni se teocurra. Te quiero a más de tres mil kilómetros de246

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