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it-eso-stephen-king

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pecera. ¿Lo entiendes?Kay rompió otra vez en sollozos. Ese hilo atadoa su cabeza seguía funcionando, la subía y labajaba.—¿Por qué?—¿Qué?–¡Despierta, cabrona hijaputa! ¿Por qué volvióallá?—¡No lo sé!Él meneó el florero roto.—No lo sé –insistió, en voz más baja–. Porfavor. No me lo dijo. Por favor, no me hagas daño...Tom arrojó el florero a la papelera y se levantó.Se fue sin mirar atrás: un oso enorme, desgarbado.Kay fue tras él y cerró la puerta con llave. Fue ala cocina y cerró también esa puerta. Tras unapausa, subió la escalera, renqueando, tan deprisacomo, se lo perm<strong>it</strong>ía el vientre dolorido, paracerrar las puertas–ventanas que daban a la galeríasuperior. No era imposible que él decidiera treparpor una de las columnas y volver a entrar. Estabaherido, pero también estaba loco.Se acercó al teléfono por primera vez, pero, nohabía hecho sino posar la mano en él cuandorecordó su advertencia. "Lo que haré entonces serápagar la fianza y venir aquí. Entonces encontrarántus tetas en la cocina y tus ojos en la pecera."1081

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