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it-eso-stephen-king

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¿eh?—No lo sé –dijo Hanscom con una sonrisahorrible–. Esta vez estaré mucho más lejos queLondres, Ricky Lee.—¡Señor Hanscom!—Da esas monedas de plata a tus chicos –rep<strong>it</strong>ió.Y se escurrió hacia la noche.—¿Qué diablos pasa? –preguntó Annie, peroRicky Lee no le hizo caso.Levantó la tabla divisoria de la barra y corrió auna de las ventanas que daban al aparcamiento.Vio que se encendían los faros del Caddy deHanscom, oyó el ronroneo del motor. El cochesalió del aparcamiento levantando tras de sí unaestela de polvo. Las luces traseras se redujeron apuntos rojos por la autopista 63. El vientonocturno de Nebraska comenzó a dispersar elpolvo.—Se bebe un barril entero y tú lo dejas irse conese cochazo –protestó Anni–. Qué bien, Ricky Lee.—No te preocupes.—Se va a matar.Y aunque <strong>eso</strong> había pensado Ricky Lee cincominutos antes, se volvió hacia ella en el momentoen que las luces traseras desaparecían de la vista ysacudió la cabeza.141

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