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it-eso-stephen-king

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estaba en un estante alto entre varias fotos delsiglo pasado. Debajo estaba el propietario, unhombre cuarentón vestido con vaqueros modernosy camiseta. Llevaba el pelo alisado hacia atrás yestaba, más que flaco, consumido. Tenía los piesapoyados en el escr<strong>it</strong>orio repleto de libros decontabilidad entre los que destacaba una vieja cajaregistradora. Estaba leyendo una novela en ediciónbarata que, sin duda, nunca había sido nominadapara el premio Pul<strong>it</strong>zer; se t<strong>it</strong>ulaba "Los machosdel andamio". En el suelo, frente al escr<strong>it</strong>orio,había un poste de barbería con las bandas girandohacia arriba hasta el infin<strong>it</strong>o. Su cable gastadoserpenteaba por el suelo hasta un enchufe, comouna serpiente cansada. Frente a él, la tarjeta decía:¡"Especie en extinción! 250 dólares".Cuando tintineó la campanilla instalada sobrela puerta, el hombre sentado tras el escr<strong>it</strong>orioseñaló la página del libro con un trozo de caja defósforos y levantó la vista.—¿En qué puedo servirle?Bill abrió la boca para preguntar por la bicicletadel escaparate, pero antes de que pudiera hablar sumente se llenó con una sola frase, insistente,palabras que apartaron cualquier otropensamiento:"Castiga, exhausto, el poste tosco y recto, einsiste, infausto, que ha visto a los espectros.""¿Qué, por Dios?"1039

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