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it-eso-stephen-king

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ser cierto, claro, porque él era capaz de amar. Aveces pasaba todo el día con ella, enseñándole ahacer cosas, charlando con ella o paseando por laciudad, y en esas ocasiones Beverly pensaba que sucorazón se iba a hinchar de felicidad hasta matarla.Lo amaba; trataba de aceptar que él debíacorregirla con frecuencia porque, según decía, erael trabajo que le había dado Dios. "A las hijas –decía Al Marsh–, hay que corregirlas más que a loschicos." Él no tenía hijos varones y Beverly sentía,vagamente, que <strong>eso</strong> también podía ser culpa deella.—Está bien, papá –dijo.Fueron juntos hasta el pequeño dorm<strong>it</strong>orio dela niña. El brazo ya le dolía por el golpe recibido.Ella miró por encima del hombro y vio la piletaensangrentada, el espejo ensangrentado, la paredensangrentada, el suelo ensangrentado y pensó:"¿Cómo voy a hacer para entrar aquí a lavarme?Por favor, Dios, Dios querido, perdóname porhaber tenido malos pensamientos sobre papá.Puedes castigarme todo lo que quieras, porque melo merezco. Haz que me caiga y me lastime o quetenga la gripe, como el año pasado, cuando tosíatanto que una vez vom<strong>it</strong>é, pero por favor, Dios, hazque mañana la sangre no esté más, por favor, ¿sí?"El padre la arropó, como todas las noches, y ledio un b<strong>eso</strong> en la frente. Después se mantuvo unmomento allí, de pie, en la postura que ella686

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