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it-eso-stephen-king

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Beverly la sacudió, sin dejar de empujar, y al fin lacinta volvió a deslizarse por la tubería. Cuarentacentímetros. Sesenta, noventa.Mientras observaba la cinta amarilla que surgíade su estuche cromado, ennegrecido por lasgrandes manos de su padre, los ojos de su mente lavieron deslizarse por la oscuridad de los tubos,ensuciándose un poco, desprendiendo escamas deherrumbre. "Allí abajo, donde el sol nunca brilla yla noche nunca cesa", pensó.Imaginó el extremo de la cinta, con su pequeñotope de acero, deslizándose más y más en laoscuridad. Una parte de su mente gr<strong>it</strong>aba: "¿Quéestás haciendo?" No ignoró su voz... pero no podíahacerle caso. El extremo de la cinta bajaba ahoraen línea recta hacia el sótano. Lo imaginó golpearcontra las tuberías de la cloaca... y en ese momentola cinta volvió a detenerse.Beverly la sacudió otra vez. Hubo un sonidoespectral, como el de un serrucho vibrando. Viomentalmente el extremo metálico revolviéndosecontra el fondo de esa tubería más ancha que debíatener un revestimiento de cerámica. Lo viocurvarse... y luego empujó un poco más.Un metro ochenta, dos. Dos cincuenta.Y de pronto, la cinta comenzó a correr entre susmanos por sí misma, como si algo tirara del otroextremo. No sólo tiraba: corría con ella. Beverlymiró la cinta que se desenroscaba, los ojos como745

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