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it-eso-stephen-king

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tomó la pala de Ben.—Cava aquí –indicó Ben, mostrando el punto aMike–, más o menos treinta centímetros. Despuésyo pongo una tabla y la sostengo contra el ladomientras tú vuelves a echar la tierra.—Bien pensado —dijo Richie, sabiamente,sentado en el borde de la excavación, balanceandolas zapatillas adentro.—Y a ti, ¿qué te pasa? –preguntó Mike.—Nada –respondió Richie, tranquilamente.—¿Cómo anda tu proyecto con Bill? –Mike sedetuvo el tiempo suficiente para qu<strong>it</strong>arse la camisay empezó a cavar. Allí abajo hacía calor; los grilloszumbaban, soñolientos, como relojes estivales enla espesura.—Bueno, no tan mal... –dijo Richie, y Mikecreyó ver que lanzaba a Ben una leve mirada deadvertencia–. Supongo.—¿Por qué no enciendes la radio, Richie? –preguntó Ben.Deslizó una tabla en el agujero que Mike habíacavado y la sostuvo allí. La radio de Richie estabacolgada por la correa en su s<strong>it</strong>io de costumbre, enla rama gruesa de un arbusto cercano.—Tiene las pilas gastadas –dijo Richie–. Di misúltimos veinticinco centavos para las bisagras,¿recuerdas? Qué cruel, Ben, qué cruel. Después detodo lo que he hecho por ti. Además, desde aquí1236

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